hace tantos años de este largo caminar

hace tantos años de este largo caminar

miércoles, 17 de noviembre de 2010

quién se atreva a preguntarte el porqué de tu marchar..


Y dormí. Dormí tan profundamente que no podía oír mas que mis sueños, creo nunca haber dormido de semejante manera. Desperté por la mañana en aquel paraje alejado del árbol central.

Decidí comenzar a andar. Caminé durante soles y lunas. Estos días creí que lo había perdido absolutamente todo, incluso mi paciencia, mis ganas de sonreír y de volver a empezar con todo.


No era difícil pensar que no tenía a nadie a mi lado porque... para mí, así era. Y tampoco fue difícil creer que ya no había más oportunidades de mejorar con nada. En esos días, pensé que de verdad no tenía más que trizas de momentos fantásticos que jamás volverían a pasar.

Sentía que mis fuerzas habían desaparecido, ya solo de pensar en mi situación las lágrimas hacían surcos en mi cara; Así que decidí escribir una carta a los sabios.

En este escrito les comunicaba que era preciso saber cuando se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella, más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido y yo había visto el final de mi etapa allí. Nada tenía que aportar, nada tenía que aprender. Me sentía inútil, por tanto, tiraba la toalla.

Les decía también que estaba harta, que estaba más frágil que nunca, que mi fortaleza se podría desmoronar en un santiamén. Por eso no quería a ponerla a prueba.

Ensarté mi declaración en una de mis mejores flechas y la lancé contra la puerta de la cabaña de los sabios.

Su respuesta fue inmediata. Nada de lo que les decía les parecía sorprendente, era de esperar, al fin y al cabo por eso son los sabios. Comprendían a la perfección la situación en la que me encontraba y pidieron mi presencia ante ellos para encontrar soluciones.

Accedí encantada y algo asustada. No tenía fuerzas para hablar del tema. Al menos no cara a cara.

Pero ellos siempre están dispuestos a ayudar, no había porqué temer por nuestro encuentro.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Como un rayo de luna que suena en la inmensidad.

Estaba de vuelta en uno de mis muchos viajes al extremo sur de ese puente que tanto contemplaba; Había decidido ir allí después de pasar dos días de retiro de la mano de mis compañeros de comuna y con los sabios que siempre nos acompañan. Estos días había estado un tanto distante, dios sabe por qué motivos, la verdad es que sentía algo extraño.

Un sentimiento de rabia, que siempre es el que va después de la pena, se apoderó de mi cuando me di cuenta de que aquella nueva sensación no podía catalogarla de buena o de mala, sencillamente había tomado la decisión de que era mala porque me hacía sentir de una forma que no me complacía demasiado.

Comencé a lanzar flechas contra el árbol mas grueso que encontré, elegí este porque sabía que ni se inmutaría, cuando se terminaron mis flechas lancé el arco, la funda y luego proseguí dándole al impasible tronco con los puños hasta que se me terminaron las fuerzas.

De repente, una gota visitó mis mejillas amablemente, deslizándose suavemente desde mis ojos hasta el cuello.

Me dolían los brazos, la cabeza, la garganta y posiblemente el alma.

Cogí un pergamino que tenía en el bolsillo de mi camisa. En él estaba dibujado el mapa de los dominios en los que habitamos y unos cuantos consejos que los anteriores miembros del árbol central me dejaron.

Me decidía a leerlos, pero cuando iba por la parte que decía... "no debes rendirte", un gran trueno interrumpió mi lectura. Miré al cielo, se encontraba más nublado que antes, y minutos después, débiles gotas comenzaron a danzar hacia la tierra lentamente.

Las letras de mi preciado escrito se iban borrando a medida que las gotas las rozaban. Ya no encontraba un punto final en la oración que leía. Estaba mojándome y tenía frío.

Las letras ya no se entendían, así que lo cerré y lo metí de nuevo en mi camisa.

Hinqué las rodillas en el suelo lleno de barro suspiré y pensé: -Estoy tan cansada...-

Dejé caer mi cuerpo hacia un lado casi sin darme cuenta y allí permanecí inmóvil, fundiéndome con cuanto me rodeaba. Sin pensar en nada.